Una vez en un intervalo de ocio en el mar, yo medité sobre el “estado perfecto”, y me pregunté cómo sería si yo tuviera ojos demasiados puros para contemplar la iniquidad, si para mí todas las cosas fueran puras y sin condenación.
Mientras me perdía en esta intensa meditación, me encontré elevado más allá del ambiente oscuro de los sentidos. Tan intenso era el sentimiento, que sentí que era un ser de fuego habitando en un cuerpo de aire. Voces como de un coro celestial, con la exaltación de aquellos que han sido vencedores en un conflicto con la muerte, estaban cantando, “Él ha resucitado, Él ha resucitado”, e intuitivamente yo supe que se referían a mí. Luego parecía que yo estaba caminando en la noche. Pronto me encontré con una escena que podría haber sido la antigua Piscina de Betesda, porque en este lugar había una gran multitud de gente impedida – ciegos, paralíticos, lisiados – esperando, no por el movimiento del agua como era la tradición, sino que esperaban por mí. Mientras me acercaba, sin pensamientos ni esfuerzo de mi parte, uno tras otro fue moldeado como por el Mago de lo Hermoso. Ojos, manos, pies – todos los miembros que les faltaban – eran traídos de alguna reserva invisible, y moldeados en armonía con aquella perfección que yo sentía brotando dentro de mí. Cuando todos fueron perfeccionados, el coro regocijó, “Está terminado.” Luego la escena se disolvió y yo desperté.
Yo sé que la visión fue el resultado de mi intensa meditación en la idea de perfección, porque mis meditaciones invariablemente traen la unión con el estado contemplado. Había estado tan completamente absorbido con la idea, que por un momento yo me había convertido en lo que había contemplado, y el elevado propósito con el que, en ese momento, me había identificado, atrajo la compañía de cosas elevadas y moldeó la visión en armonía con mi naturaleza interna. El ideal con el cual estamos unidos funciona por asociación de ideas para despertar miles de estados de ánimos, para crear un drama que sostenga la idea central.
Primero descubrí esta estrecha relación de los estados de ánimo con la visión, cuando tenía unos siete años. Me di cuenta de que una vida misteriosa se movía dentro de mí como un océano tempestuoso de aterrador poder. Siempre sabía cuándo estaría unido con esta identidad oculta, pues mis sentidos estaban expectantes en las noches de estas visitas y sabía sin lugar a dudas que antes de la mañana estaría solo con la inmensidad. Tenía tanto temor de estas visitas que me quedaba despierto hasta que mis ojos de puro agotamiento se cerraban. Cuando mis ojos se cerraban en el sueño, ya no estaba solitario sino apropiado completamente por otro ser, y sin embargo sabía que era yo mismo. Parecía más viejo que la vida, pero más cerca de mí que mi niñez. Si digo lo que descubrí en estas noches, lo hago no para imponer mis ideas en los demás, sino para dar esperanza a aquellos que buscan la ley de la vida.
Descubrí que mi estado expectante trabajaba como un imán para unirme con este Gran Yo, mientras que mis miedos lo hacían aparecer como un mar tempestuoso. Como niño, yo concebí este misterioso ser como poder y en mi unión con él sentí su majestad como un mar tempestuoso que me empapó, luego rodó y me lanzó como una ola indefensa.
Como hombre lo concebí como amor y yo el hijo de él, y en mi unión con él ¡qué amor me envuelve! Es un espejo para todos. Sea lo que sea que concibamos que es, eso será para nosotros.
Creo que es el centro a través del cual todos los hilos del universo son atraídos; por lo tanto, he alterado mis valores y cambiado mis ideas de modo que ahora dependan y estén en armonía con esta única causa de todo lo que es. Es para mí esa realidad inmutable que modela las circunstancias en armonía con nuestros conceptos de nosotros mismos.
Mis experiencias místicas me han convencido de que no hay manera de lograr la perfección exterior que buscamos, excepto por la transformación de nosotros mismos. Tan pronto como logramos transformarnos, el mundo se desvanece mágicamente ante nuestros ojos y se remodela en armonía con lo que nuestra transformación afirma.
Te diré otras dos visiones porque confirman la verdad de mi afirmación de que nosotros, por la intensidad del amor y el odio, nos convertimos en lo que contemplamos.
Una vez, con los ojos cerrados, hechos radiantes de reflexión, medité en la pregunta eterna, “¿Quién Soy Yo?” Y sentí que gradualmente me disolvía en un ilimitado mar de luz vibrante, la imaginación pasando más allá de todo temor a la muerte. En este estado no existía nada más que yo, un ilimitado océano de luz líquida. Nunca me he sentido más íntimo con el Ser. No sé cuánto tiempo duró esta experiencia, pero mi regreso a la tierra fue acompañado por una clara sensación de cristalizarme nuevamente en forma humana.
En otra ocasión, me recosté en mi cama y con los ojos cerrados como en sueño medité sobre el misterio de Buda. En poco tiempo las oscuras cavernas de mi cerebro empezaron a iluminarse. Me parecía estar rodeado de nubes luminosas que emanaban de mi cabeza como ardientes y palpitantes anillos. Por un momento no vi nada más que estos anillos luminosos. Entonces apareció ante mis ojos una roca de cristal de cuarzo. Mientras lo miraba, el cristal se rompió en pedazos y manos invisibles rápidamente formaron el Buda viviente. Mientras miraba esta figura meditativa, vi que era yo mismo. Yo era el Buda viviente que contemplaba. Una luz como el sol resplandecía de esta vivida imagen de mí mismo con creciente intensidad hasta que explotó. Entonces la luz gradualmente se desvaneció y una vez más volví a la oscuridad de mi habitación.
¿De qué esfera o tesoro de diseño vino este ser más poderoso que el humano, sus vestimentas, el cristal, la luz? Si yo veía, oía y me movía en un mundo de seres reales cuando me parecía estar caminando en la noche, cuando el cojo, el paralítico, el ciego, fueron transformados en armonía con mi naturaleza interior, entonces, estoy justificado en asumir que tengo un cuerpo más sutil que el físico, un cuerpo que puede ser separado del físico y usado en otras esferas; ver, oír, moverse son funciones de un organismo sin embargo etéreo. Si reflexiono en la alternativa de que mis experiencias psíquicas fueron una fantasía autogenerada, no voy a dejar de maravillarme de este ser más poderoso que emite en mi mente un drama tan real como los que experimento cuando estoy completamente despierto.
En estas exaltadas meditaciones he entrado una y otra vez y sé, sin lugar a dudas, que ambas asunciones son verdaderas. Alojado dentro de esta forma de tierra hay un cuerpo sintonizado con un mundo de luz, y mediante intensa meditación lo he levantado como un imán a través del cráneo de esta oscura casa de carne.
La primera vez que desperté los fuegos dentro de mí pensé que mi cabeza explotaría. Hubo una intensa vibración en la base de mi cráneo, luego un repentino olvido de todo. Entonces me encontré vestido con una prenda de luz y sujeto al cuerpo dormido en la cama por un cordón elástico plateado. Mis sentimientos eran tan exaltados, me sentí relacionado con las estrellas. En esta vestidura vagaba por esferas más familiares que la tierra, pero encontré que, como en la tierra, las condiciones eran moldeadas en armonía con mi naturaleza. “Fantasía autogenerada”, te oigo decir. No más que las cosas de la tierra. Soy un ser inmortal que se concibe a sí mismo como hombre y que forma mundos en la imagen y semejanza de mi concepto de mí mismo.
Lo que imaginamos, eso somos. Por nuestra imaginación hemos creado este sueño de vida, y por nuestra imaginación volveremos a entrar en ese mundo eterno de luz, convirtiéndonos en lo que fuimos antes de que imagináramos el mundo. En la economía divina nada se pierde. No podemos perder nada excepto por el descenso desde la esfera donde la cosa tiene su vida natural. No hay poder transformador en la muerte y, ya sea aquí o allá, modelamos el mundo que nos rodea por la intensidad de nuestra imaginación y sentimiento, e iluminamos u obscurecemos nuestras vidas por los conceptos que tenemos de nosotros mismos. Nada es más importante para nosotros que nuestra concepción de nosotros mismos, y especialmente esto es cierto de nuestro concepto de aquel que está en lo profundo, oculto dentro de nosotros.
Aquellos que nos ayudan o nos obstaculizan, ya sea que lo sepan o no, son los sirvientes de esa ley que moldea las circunstancias externas en armonía con nuestra naturaleza interna. Es nuestro concepto de nosotros mismos lo que nos libera o nos encadena, aunque puede usar agencias materiales para lograr su propósito.
Ya que la vida moldea el mundo externo para reflejar el arreglo interno de nuestras mentes, no hay manera de lograr la perfección externa que buscamos, excepto por la transformación de nosotros mismos. Ninguna ayuda viene de afuera; las colinas a las que elevamos nuestros ojos son las de un rango interno. Es pues a nuestra propia conciencia que debemos volvernos como la única realidad, el único fundamento sobre el cual todos los fenómenos pueden ser explicados. Podemos confiar absolutamente en la justicia de esta ley, que nos dará sólo eso que es de la naturaleza de nosotros mismos.
Intentar cambiar el mundo antes de cambiar nuestro concepto de nosotros mismos, es luchar contra la naturaleza de las cosas. No puede haber cambio externo mientras no haya primero un cambio interno. Como es adentro, así es fuera. No estoy abogando por la indiferencia filosófica cuando sugiero que debemos imaginarnos a nosotros mismos como ya siendo aquello que queremos ser, viviendo en una atmósfera mental de grandeza, en lugar de usar medios físicos y argumentos para lograr el cambio deseado. Todo lo que hacemos, si no es acompañado por un cambio de conciencia, no es sino un fútil reajuste de las superficies. Aunque trabajemos o luchemos, no podemos recibir más de lo que nuestras suposiciones subconscientes afirman. Protestar contra cualquier cosa que nos suceda es protestar contra la ley de nuestro ser y nuestro gobierno sobre nuestro propio destino.
Las circunstancias de mi vida están demasiado relacionadas con el concepto de mí mismo para no haber sido lanzadas por mi propio espíritu desde algún almacén mágico de mi ser. Si hay dolor en estos acontecimientos, debo buscar dentro de mí la causa, porque me muevo aquí y allá y vivo en un mundo en armonía con mi concepto de mí mismo.
La meditación intensa produce una unión con el estado contemplado, y durante esta unión vemos visiones, tenemos experiencias y comportamientos de acuerdo con nuestro cambio de conciencia. Esto nos muestra que la transformación de la conciencia dará como resultado un cambio de entorno y comportamiento.
Sin embargo, nuestras comunes alteraciones de conciencia, a medida que pasamos de un estado a otro, no son transformaciones, porque cada una de ellas es rápidamente sucedida por otra en la dirección inversa; pero cada vez que un estado se vuelve tan estable como para expulsar definitivamente a sus rivales, entonces ese estado central habitual define el carácter y es una verdadera transformación. Decir que somos transformados significa que las ideas anteriormente periféricas en nuestra conciencia ahora ocupan un lugar central y forman el centro habitual de nuestra energía.
Todas las guerras demuestran que las emociones violentas son extremadamente potentes en precipitar la reorganización mental. Cada gran conflicto ha sido seguido por una era de materialismo y codicia en la que los ideales por los cuales el conflicto ostensiblemente se llevó a cabo, son sumergidos. Esto es inevitable porque la guerra evoca odio, lo cual impulsa un descenso en la conciencia del plano del ideal al nivel en el que el conflicto es librado.
Si nos volviéramos tan emocionalmente apasionados sobre nuestros ideales como lo hacemos sobre nuestras aversiones, ascenderíamos al plano de nuestros ideales tan fácilmente como ahora descendemos al nivel de nuestros odios.
El amor y el odio tienen un mágico poder transformador y a través de su ejercicio nos convertimos en la semejanza de lo que contemplamos. Por la intensidad del odio creamos en nosotros mismos la naturaleza que imaginamos en nuestros enemigos. Las cualidades mueren por falta de atención, por tanto, es mejor que los estados desagradables sean borrados imaginando “belleza por cenizas y la alegría por luto” más que por ataques directos en el estado del cual queremos liberarnos. “Todas las cosas que sean hermosas y de buen nombre, piensa en esas cosas”, porque nos convertimos en aquello con lo que somos afines.
No hay nada que cambiar, sino nuestro concepto del ser. La humanidad es un solo ser a pesar de sus muchas formas y rostros, y sólo hay una aparente separación como la que encontramos en nuestro propio ser cuando estamos soñando. Las imágenes y las circunstancias que vemos en los sueños son creaciones de nuestra propia imaginación y no tienen existencia más que en nosotros mismos. Lo mismo es cierto para las imágenes y circunstancias que vemos en este sueño de la vida. Ellos revelan nuestros conceptos de nosotros mismos. Tan pronto como logremos transformar el ser, nuestro mundo se disolverá y se remodelará en armonía con lo que afirma nuestro cambio.
El universo que estudiamos con tanto cuidado es un sueño y nosotros somos los soñadores del sueño, eternos soñadores soñando sueños no-eternos.
Un día, como Nabucodonosor, despertaremos del sueño, de la pesadilla en la que luchamos con demonios, para descubrir que realmente nunca dejamos nuestro hogar eterno; que nunca nacimos y nunca morimos salvo en nuestro sueño.