Cuatro Experiencias Místicas
En todo lo que he relatado hasta ahora – con la excepción de la visión del niño de G.B. – la imaginación fue ejercitada conscientemente. Hombres y mujeres crearon obras en su imaginación, obras implicando el cumplimiento de sus deseos. Luego, al imaginarse ellos mismos participando en estos dramas, crearon aquello que implicaban sus actos imaginarios. Este es el uso sabio de la ley de Dios. Pero “Nadie es justificado ante Dios por la Ley” (Gálatas 3.11).
Muchas personas están interesadas en ‘el imaginar’ como una forma de vida, pero no están interesadas en absoluto en su marco de fe, una fe que conduce al cumplimiento de la promesa de Dios. “Voy a levantar a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas… Yo seré Padre para él y él será hijo para mí” (2 Samuel 7: 12-14).
A ellos no les importa la promesa de que Dios sacará de nuestro cuerpo un hijo que “nacerá, no de sangre ni de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre, sino de Dios”. Ellos quieren conocer la ley de Dios, no su promesa. Sin embargo, este milagroso nacimiento se ha declarado claramente como una necesidad para toda la humanidad desde los primeros días de la comunión cristiana. “Deben nacer de nuevo”
Mi propósito aquí es declararlo nuevamente e indicarlo en tal lenguaje y con tal referencia a mis propias experiencias místicas personales, que el lector verá que este “nacer de nuevo” es mucho más que una parte de una dispensable superestructura, que es el único propósito de la Creación de Dios.
Específicamente, mi propósito al registrar estas cuatro experiencias místicas es mostrar lo que “Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos” (Apocalipsis 1- 5) intentaba decir sobre este nacer de nuevo. “¿Cómo predicarán si no son enviados?” (Romanos 10:15).
Hace muchos años, fui llevado en espíritu a una Sociedad Divina, una Sociedad de hombres en los que Dios está despierto. Aunque pueda parecer extraño, los dioses realmente se reúnen. Cuando entré en esta sociedad, el primero en saludarme fue la encarnación del Poder infinito. El suyo era un poder desconocido para los mortales. Entonces fui llevado a conocer el Amor infinito. Me preguntó: “¿Cuál es la cosa más grande del mundo?” Yo le respondí con las palabras de Pablo: “Fe, esperanza y amor, estos tres; pero el más grande de estos es el amor”. En ese momento, me abrazó y nuestros cuerpos se fusionaron y se convirtieron en un solo cuerpo. Yo estaba unido a él y lo amaba como a mi propia alma. Las palabras, “amor de Dios”, tan a menudo una simple frase, eran ahora una realidad con un tremendo significado. Nada imaginado por el individuo podría jamás ser comparado con este amor que se siente a través de la unión con el Amor. La relación más íntima en la tierra es como vivir en celdas separadas en comparación con esta unión.
Mientras estaba en este estado de supremo deleite, una voz del espacio gritó: “¡Abajo con los de sangre azul”! En esta explosión, me encontré de pie frente al que me saludó primero, el que encarnaba el Poder Infinito. Me miró a los ojos y sin el uso de palabras o la boca, escuché lo que me dijo: “Es hora de actuar”. Repentinamente me sacaron de esta Sociedad Divina y regresé a la tierra. Estaba atormentado por mis limitaciones de entendimiento, pero sabía que en ese día la Sociedad Divina me había elegido como compañero y me había enviado a predicar a Cristo, la promesa de Dios al individuo.
Mis experiencias místicas me han llevado a aceptar literalmente el dicho de que todo el mundo es un escenario. Y creer que Dios actúa todas las partes. ¿El propósito de la obra? Transformar al individuo, lo creado, en Dios, el creador. Dios amó al individuo, lo creado, y se convirtió en él con la fe de que este acto de autoentrega transformaría al individuo – lo creado, en Dios – el creador.
La obra comienza con la crucifixión de Dios en el ser humano – como humano – y termina con la resurrección del ser humano – como Dios. Dios se hace como nosotros, para que nosotros seamos como Él. Dios se convierte en persona para que la persona pueda convertirse, primero, en un ser vivo y segundo, en un espíritu vivificante que da vida.
“He sido crucificado con Cristo; y ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Dios tomó sobre sí mismo la forma humana y se hizo obediente hasta la muerte – incluso la muerte en cruz – y es crucificado en el Gólgota, el cráneo humano. Dios mismo entra en la puerta de la muerte – el cráneo humano – y se acuesta en la tumba del individuo para hacer del individuo un ser vivo. La misericordia de Dios convirtió la muerte en sueño. Entonces comenzó la prodigiosa e inconcebible metamorfosis del individuo, la transformación del individuo en Dios.
Ninguna persona, sin la ayuda de la crucifixión de Dios, podría cruzar el umbral que da paso a la vida consciente, pero ahora tenemos unión con Dios en su ser crucificado. Él vive en nosotros como nuestra maravillosa imaginación humana.
“El hombre es toda imaginación, y Dios es el hombre, y existe en nosotros y nosotros en él. El cuerpo eterno del hombre es la imaginación – esto es, Dios mismo” – Blake.
Cuando él se levante en nosotros seremos como él y él será como nosotros. Entonces todas las imposibilidades se disolverán en nosotros con ese toque de exaltación que su levantamiento impartirá a nuestra naturaleza.
Aquí está el secreto del mundo: Dios murió para dar vida al individuo y para liberarlo, pero, aunque claramente Dios está consciente de su creación, esto no quiere decir que el individuo, creado imaginativamente, sea consciente de Dios. Para obrar este milagro Dios tuvo que morir, luego resucitar como humano, y nadie lo ha expresado tan claramente como William Blake, él dice – o más bien hace decir a Jesús: “A menos que muera, no puedes vivir, pero si muero, me levantaré otra vez y tú conmigo. ¿Amarías a alguien que nunca murió por ti, o alguna vez morirías por alguien que no murió por ti? Y si Dios no muere por el hombre y no se entrega eternamente por el hombre, el hombre no podría existir”.
Entonces, Dios muere, es decir, Dios libremente se ha entregado por el ser humano. Deliberadamente, se ha convertido en ser humano y se ha olvidado que él es Dios, con la esperanza de que el ser, que ha sido así creado, eventualmente se levantará como Dios. Dios ha ofrecido tan completamente su propio ser por el individuo, que él clama en la cruz del individuo: “Dios mío, Dios mío; ¿por qué has me has abandonado?” Él ha olvidado completamente que él es Dios. Pero después de que Dios se levanta en una persona, esa persona dirá a sus hermanos: “¿Por qué estamos aquí, temblando, pidiendo ayuda a Dios y no a nosotros mismos, en quienes mora Dios?”
Este primer hombre que ha resucitado de entre los muertos es conocido como Jesucristo, los primeros frutos de los que se han dormido, el primogénito de entre los muertos. Por el hombre murió Dios; ahora, por un hombre, ha venido también la resurrección de los muertos. Jesucristo resucita a su Padre muerto al convertirse en su padre. En Adán – el hombre universal- Dios duerme. En Jesucristo – el Dios individualizado – Dios despierta. Al despertar, el hombre, el ser creado, se ha convertido en Dios, el creador, y verdaderamente puede decir: “Antes que el mundo fuese, Yo Soy”. Así, como Dios en su amor por el individuo se identificó tan completamente con él, que olvidó que él era Dios, así el individuo en su amor por Dios debe identificarse tan completamente con Dios que viva la vida de Dios, es decir, imaginativamente.
La obra de Dios que transforma al individuo en Dios es revelada en la Biblia. Es completamente consistente en alegorías y simbolismo. El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo Testamento, y lo antiguo se manifiesta en lo nuevo. La Biblia es una visión de la Ley de Dios y su Promesa. Nunca tuvo la intención de enseñar historia, sino de guiarnos en la fe a través de los hornos de la aflicción hacia el cumplimiento de la promesa de Dios, para despertarnos de este profundo sueño y despertarnos como Dios. Sus personajes no viven en el pasado sino en una eternidad imaginativa. Ellos son personificaciones de los eternos estados espirituales del alma. Ellos marcan el viaje del individuo a través de la muerte eterna y su despertar a la vida eterna.
El Antiguo Testamento nos habla de la promesa de Dios. El Nuevo Testamento no nos dice cómo se cumplió esta promesa, sino cómo se cumple. El tema central de la Biblia es la experiencia mística directa, individual, del nacimiento del niño, ese niño de quien habló el profeta “… porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía estará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin …” (Isaías 9: 6-7)
Cuando el niño se nos revela nosotros lo vemos, lo experimentamos y la respuesta a esta revelación se puede establecer en las palabras de Job: “He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven”. La historia de la encarnación no es una fábula, una alegoría o alguna ficción cuidadosamente diseñada para esclavizar las mentes humanas, sino un hecho místico. Es una experiencia mística personal del nacimiento de uno mismo a partir del propio cráneo, simbolizado en el nacimiento de un niño, envuelto en pañales y acostado en el piso.
Hay una distinción entre escuchar sobre este nacimiento de un niño del propio cráneo – un nacimiento que ningún científico o historiador podría explicar – y en realidad experimentar el nacimiento – sostener en tus propias manos y ver con tus propios ojos este milagroso niño – un niño nacido desde arriba de tu propio cráneo, un nacimiento contrario a todas las leyes de la naturaleza. La pregunta, tal como se plantea en el Antiguo Testamento: “Pregunten ahora, y vean si el varón da a luz. ¿Por qué veo a todos los hombres con las manos sobre sus caderas, como mujer de parto? ¿Por qué se han puesto pálidos todos los rostros? (Jeremías 30:6-7)
La palabra hebrea “chalats” traducida erróneamente como “lomos” significa: sacar, entregar, retirar el ser. El sacarse uno mismo fuera del propio cráneo fue exactamente lo que el profeta previó como el necesario nacimiento desde arriba (o volver a nacer), un nacimiento que le da al individuo entrada al reino de Dios y la reflexiva percepción a los niveles más altos del Ser.
A través de los siglos “Lo profundo llama a lo profundo… Despierta, tú que duermes. ¿Oh Señor, por qué duermes? ¡Despierta!”
El evento, como está registrado en los evangelios, en realidad tiene lugar en el individuo. Pero de ese día o esa hora – cuando llegue el momento en que el individuo sea liberado – nadie lo sabe sino el Padre. “No te maravilles de lo que te dije: tienen que nacer de arriba. El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es con todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan: 3: 7-8)
Esta revelación en el evangelio de Juan es verdadera. Aquí está mi experiencia de este nacimiento desde arriba. Al igual que Pablo, no lo recibí del hombre, ni me lo enseñaron. Vino a través de la experiencia mística real de nacer desde arriba. Nadie puede hablar verdaderamente de este nacimiento místico desde arriba, sino quien lo ha experimentado. Yo no tenía idea que este nacimiento desde arriba era literalmente cierto. Antes de la experiencia ¿quién podría creer que el niño, el Admirable Consejero, el Dios Poderoso, el Padre Eterno, el Príncipe de Paz estaba entretejido en su propio cráneo? Antes de la experiencia, ¿quién podría entender que su hacedor es su esposo y el Señor de los ejércitos es su nombre? ¿Quién podría creer que el creador entró a su propia creación – el individuo – y supo que era él mismo y que esta entrada al cráneo del individuo – esta unión de Dios y el individuo – resultó en el nacimiento de un Hijo del cráneo del individuo; cuyo nacimiento dio vida eterna a ese individuo y unión con su creador para siempre?
Si ahora cuento lo que experimenté esa noche, no lo hago para imponer mis ideas a otros sino para dar esperanza a aquellos que, como Nicodemo, se preguntan “¿cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Cómo puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? ¿Cómo puede ser esto?” Así es como me pasó a mí. Por lo tanto, ahora voy a “escribir la visión y grabarla en tablas, para que corra el que la lea. Porque es aún visión para el tiempo señalado; se apresura hacia el fin y no defraudará. Aunque tarde, espérala; porque ciertamente vendrá, no tardará. He aquí, el orgulloso en él su alma no es recta, más el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2: 2-4).
En las primeras horas de la mañana del 20 de julio de 1959, en la ciudad de San Francisco, un sueño celestial en el que florecían las artes, fue repentinamente interrumpido por la más intensa vibración centrada en la base de mi cráneo. Luego un drama, tan real como los que experimento cuando estoy completamente despierto, comenzó a desarrollarse. Me desperté de un sueño y me encontré completamente sepultado dentro de mi cráneo. Traté de forzar mi salida a través de su base. Algo cedió y sentí que me movía hacia abajo de la cabeza a través de la base de mi cráneo. Me saqué a mí mismo, centímetro a centímetro. Cuando casi estaba fuera, sostuve lo que creí que era el pie de la cama y saqué la porción restante de mí, fuera de mi cráneo. Allí, en el suelo, reposé unos segundos. Luego me levanté y miré mi cuerpo en la cama. Tenía el rostro pálido, acostado de espalda y moviéndose de lado a lado como alguien en recuperación de una gran experiencia. Mientras lo contemplaba, esperando que no se cayera de la cama, me di cuenta de que la vibración que comenzó todo el drama, no solo estaba en mi cabeza, sino que ahora también venía desde la esquina de la habitación. Al mirar hacia esa esquina, me pregunté si esa vibración podría ser causada por un viento muy intenso, un viento lo suficientemente fuerte como para hacer vibrar la ventana. No me di cuenta de que la vibración que todavía sentía dentro de mi cabeza estaba relacionada con lo que parecía venir de la esquina de la habitación.
Mirando hacia atrás a la cama, descubrí que mi cuerpo había desaparecido, pero en su lugar estaban sentados mis tres hermanos mayores. Mi hermano mayor se sentó donde estaba la cabeza. Mi segundo y tercer hermano se sentaron donde estaban los pies. Ninguno parecía estar consciente de mí, aunque yo estaba consciente de ellos y podía percibir sus pensamientos. De repente me di cuenta de la realidad de mi propia invisibilidad. Noté que ellos también fueron perturbados por la vibración que venía de la esquina de la habitación. Mi tercer hermano fue el más perturbado y se acercó a investigar la causa de la perturbación. Su atención fue atraída por algo en el suelo y mirando hacia abajo, anunció: “Es el bebé de Neville”. Mis otros dos hermanos, con voces muy incrédulas, preguntaron “¿Cómo puede Neville tener un bebé?” Mi hermano levantó al bebé envuelto en pañales y lo puso en la cama. Luego yo, con mis manos invisibles, levanté al bebé y le pregunté: “¿Cómo está mi amor?” Me miró a los ojos, sonrió y me desperté en este mundo – para reflexionar sobre esta, la más grande de mis muchas experiencias místicas.
Tennyson tiene una descripción de la muerte como un guerrero, un esqueleto “en lo alto de un caballo negro como la noche,” saliendo a la medianoche. Pero cuando la espada de Gareth cortó a través del cráneo, allí estaba en él …” “… la cara brillante de un niño en flor fresca como una flor recién nacida”. (Idilios del Rey)
Contaré otras dos visiones porque confirman la verdad de mi afirmación de que la Biblia es un hecho místico, que todo lo escrito sobre el niño prometido en la ley de Moisés y los profetas y los Salmos, deben ser experimentados místicamente en la imaginación del individuo. El nacimiento del niño es un signo y un presagio, señalando la resurrección de David, el ungido del Señor, de quien dijo: “Mi hijo eres tú, yo te engendré hoy” (Salmos 2: 7)
Cinco meses después del nacimiento del niño, en la mañana del 06 de diciembre de 1959, en la ciudad de Los Ángeles, una vibración similar a la que precedió a su nacimiento comenzó en mi cabeza. Esta vez su intensidad se centró en la parte superior de mi cabeza. Luego vino una repentina explosión y me encontré en una habitación modestamente amueblada. Allí, apoyado contra el lado de una puerta abierta, estaba mi hijo David, de fama bíblica. Era un muchacho en sus primeros años de adolescencia. Lo que más me impresionó de él fue la inusual belleza de su rostro y su figura. Como se describe en el primer libro de Samuel, él era rubio, de ojos hermosos y bien parecido. Ni por un momento me sentí como alguien que no sea quien soy ahora. Sin embargo, yo sabía que este muchacho, David, era mi hijo y él sabía que yo era su padre; porque “la sabiduría de lo alto, es sin vacilación”. Mientras estaba sentado allí contemplando la belleza de mi hijo, la visión se desvaneció y desperté.
“Yo y los hijos que el Señor me ha dado son señales y prodigios en Israel, de parte del Señor de los ejércitos, que mora en el monte Sion (Isaías 8.18)
Dios me dio a David como mi propio hijo. “Levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas… Yo seré padre para él, y él será hijo para mí (2 Samuel 7: 2, 14)
Dios no es conocido de ninguna otra manera que a través del Hijo. “Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Lucas 10: 22)
La experiencia de ser el Padre de David es el fin de la peregrinación del individuo en la tierra. El propósito de la vida es encontrar al Padre de David, el ungido del Señor, el Cristo.
“Abner, ¿de quién es hijo este joven? Y Abner dijo: Por su vida, oh rey, no sé. Y el rey dijo: Pregunta de quién es hijo el joven. Cuando David regresó de matar al filisteo, Abner lo tomó y lo llevó ante Saúl, con la cabeza del filisteo en su mano. Y Saúl le dijo: Joven ¿de quién eres hijo? Y David respondió: Yo Soy hijo de su siervo Isaí el de belén” (1 Samuel 17:55-58)
Jesé es cualquier forma del verbo “ser”. En otras palabras, Yo Soy el hijo de quien Yo Soy. Yo Soy autoengendrado, Yo Soy el Hijo de Dios, el Padre. Yo y mi padre somos uno. Yo Soy la imagen del Dios invisible. El que me ha visto, ha visto al Padre. “¿De quién es hijo…?” no se trata de David sino del Padre de David, a quien el rey había prometido hacer libre en Israel. Nota que en todos estos pasajes (1 Samuel 17: 55,56,58) la pregunta del rey no es sobre David sino sobre el Padre de David.
“He encontrado a David, mi siervo . . . Él me dirá: Tú eres mi Padre, eres mi Dios, la roca de mi salvación. Y yo lo declararé mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra” (Salmos 89: 26-27).
El individuo que nace de arriba encontrará a David y sabrá que él es su propio hijo. Luego él preguntará a los fariseos, que siempre están con nosotros, “¿Qué piensan del Cristo? ¿De quién es hijo?” Y cuando le dicen: “El hijo de David”. Él les dirá: “Entonces, ¿cómo es que David en el Espíritu lo llama Señor?… Pues si David lo llama Señor, ¿cómo es su hijo?” (Mateo 22: 41-45).
El concepto erróneo sobre el papel del Hijo – que es solo un signo y un presagio – ha hecho del Hijo un ídolo. “Hijitos, aléjense de los ídolos” (1 Juan 5: 21).
Dios despierta; y ese individuo en quien despierta se convierte en el padre de su propio padre. Él quién era el hijo de David, “Jesucristo, hijo de David” (Mateo 1:1) se ha convertido en el padre de David. Ya no clamaré a “nuestro padre David, tu siervo” (Hechos 4:25) “He encontrado a David”. Él dirá: “Tú eres mi padre” (Salmo 89). Ahora yo sé que soy uno de los Elohim, el Dios que se convirtió en hombre, para que el hombre se convierta en Dios. “Grande es el misterio de la piedad” (1 Timoteo 3: 16).
Si la Biblia fuera historia no sería un misterio. “Espera la promesa del Padre” (Hechos 1:4) es decir, por David – el Hijo de Dios – quien te revelará como el Padre. Esta promesa, dice Jesús, oíste de mí (Hechos 1:4) y su cumplimiento en ese momento en el tiempo cuando le agrade a Dios darte a su Hijo, como “tu descendencia, que es Cristo”.
Una figura retórica se utiliza con el propósito de llamar la atención, enfatizando e intensificando la realidad del sentido literal. La verdad es literal; las palabras utilizadas son figurativas. “El velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron” (Mateo 27:51).
En la mañana del 08 de abril de 1960, cuatro meses después que me fue revelado que yo soy el padre de David, un rayo que salió de mi cráneo me partió en dos, desde la parte superior de mi cráneo hasta la base de mi columna. Estaba hendido como si fuera un árbol que había sido golpeado por un rayo. Entonces sentí y me vi como una luz líquida dorada subiendo por mi columna en un movimiento serpenteante; cuando entré en mi cráneo, vibraba como un terremoto. “Probada es toda palabra de Dios; él es escudo para los que en él se refugian. No añadas a sus palabras, no sea que él te reprenda, y seas hallado mentiroso” (Proverbios 30:5-6).
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del hombre” (Juan 3:14).
Estas experiencias místicas ayudarán a rescatar la Biblia de los aspectos externos de la historia, las personas y los eventos, y restaurarla a su verdadero significado en la vida de las personas. Las escrituras deben cumplirse “en” nosotros. La promesa de Dios se cumplirá. Tú tendrás estas experiencias: “Y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1: 8). El círculo se amplía – Jerusalén, Judea, Samaria, los confines de la tierra – es el plan de Dios.
La Promesa aún está madurando hasta su tiempo, a su hora señalada, pero que largas, vastas y severas son las pruebas antes de que encuentres a David, tu hijo, quien te revelará como Dios, el Padre; pero se apresura hacia el fin y no fallará. Así que espera, porque ciertamente no tardará. “¿Hay algo demasiado maravilloso para el Señor? Volveré a ti al tiempo señalado, por este tiempo el año próximo, y Sara tendrá un hijo” (Genesis 18:14).
Fin