“Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, él te librará”. – Daniel 6: 16.
La historia de Daniel es la historia de cada hombre. Se registra que Daniel, mientras estaba encerrado en el foso de los leones, dio la espalda a las bestias hambrientas; y con su vista dirigida hacia la luz que venía de lo alto, oró al único Dios. Los leones, los cuales intencionadamente se dejaron sin comer para el festín, permanecieron inofensivos, sin poder para lastimar al profeta. La fe de Daniel en Dios fue tan grande que finalmente le trajo su libertad y su nombramiento para un alto cargo en el gobierno de su país. Esta historia fue escrita para instruirte en el arte de liberarte de cualquier problema o prisión en el mundo.
La mayoría de nosotros al encontrarnos en el foso de los leones, nos preocuparíamos solo por los leones, no pensaríamos en ningún otro problema en todo el mundo, excepto el de los leones; sin embargo, se nos dice que Daniel les dio la espalda y miró hacia la luz que era Dios. Si pudiéramos seguir el ejemplo de Daniel cuando estuviéramos amenazados con cualquier desastre terrible como leones, pobreza o enfermedad, si, como Daniel, pudiéramos quitar nuestra atención y dirigirla hacia la luz que es Dios, nuestras soluciones serían igualmente simples.
Por ejemplo, si fueras encarcelado, no necesitas a nadie para que te diga que lo que desearías es libertad. La libertad o más bien el deseo de ser libre sería automático. Lo mismo sería cierto si te encuentras enfermo o en deuda o en cualquier otra dificultad. Los leones representan situaciones de naturaleza amenazante, aparentemente sin solución. Cada problema produce automáticamente su solución en la forma de un deseo de liberarse del problema. Por lo tanto, dale la espalda a tu problema y centra tu atención en la solución deseada, sintiéndote ser aquello que deseas. Continúa en esta creencia, y verás que el muro de tu prisión desaparecerá a medida que comienzas a expresar aquello de lo que has llegado a ser consciente de ser.
He visto a personas que estaban endeudadas -aparentemente sin esperanzas- aplicar este principio y en muy poco tiempo deudas montañosas fueron removidas. También he visto aplicar este principio a aquellos a quienes los médicos habían diagnosticado como incurable y en un tiempo increíblemente corto, su llamada enfermedad incurable desapareció y no dejó marca.
Considera tus deseos como las palabras habladas de Dios y cada palabra la profecía de lo que eres capaz de ser. No preguntes si eres digno o indigno de realizar estos deseos, acéptalos cuando vengan a ti. Den gracias por ellos como si fueran regalos. Siéntete feliz y agradecido por haber recibido regalos tan maravillosos. Entonces sigue tu camino en paz.
Tal simple aceptación de tus deseos es como la semilla fértil que cae en un suelo siempre preparado. Cuando dejas caer tu deseo en la conciencia como una semilla, confiando en que aparecerá en todo su potencial, tú has hecho todo lo que se espera de ti. Estar inquieto o preocupado por la manera en que se desarrollará, es mantener estas fértiles semillas en un agarre mental y, por lo tanto, evitar que realmente maduren hasta la cosecha completa. No estés ansioso, ni te preocupes por los resultados. Los resultados seguirán tan certeros como el día sigue a la noche. Ten fe en esta siembra hasta que la evidencia te manifieste que es así. Tu confianza en este procedimiento pagará grandes recompensas. Espera un poco en la conciencia de lo deseado y de pronto, cuando menos lo esperes, lo que sientes se convierte en tu expresión. La vida no hace acepción de personas y no destruye nada; continúa manteniendo vivo aquello que el hombre es consciente de ser. Las cosas desaparecerán solo cuando el hombre cambie su conciencia. Niégalo si quieres, pero aun así sigue siendo un hecho que la conciencia es la única realidad y las cosas son el reflejo de aquello que eres consciente de ser. El estado celestial que buscas se encontrará solo en la conciencia porque el Reino de los Cielos está dentro de ti.
Tu conciencia es la única realidad de vida, la eterna cabeza de la creación. Lo que eres consciente de ser es el cuerpo temporal que usas. Desviar tu atención de aquello de lo que eres consciente es decapitar ese cuerpo; pero, del mismo modo que un pollo o una serpiente continúa saltando y estremeciéndose por un tiempo después de que se le ha quitado la cabeza, de la misma manera las cualidades y condiciones parecen vivir por un tiempo después de que tu atención ha sido quitada de ellos. El hombre, sin conocer esta ley de la conciencia, constantemente piensa sobre sus previas condiciones habituales y, al estar atento a ellas, coloca sobre estos cuerpos muertos la eterna cabeza de la creación; por lo tanto, él los reanima y vuelve a resucitarlos. Debes dejar estos cadáveres solos y dejar que los muertos entierren a los muertos. El hombre, habiendo puesto su mano en el arado (es decir, después de asumir la conciencia de la cualidad deseada), si mira hacia atrás dejará de ser apto para el Reino de los Cielos. Como la voluntad del cielo siempre se hace en la tierra, hoy estás en el cielo que has establecido dentro de ti, porque aquí en esta misma tierra, tu cielo se revela a sí mismo. El Reino de los Cielos está realmente a mano. Ahora es el tiempo aceptado. Así que crea un cielo nuevo, entra en un nuevo estado de conciencia y aparecerá una nueva tierra.